"El hombre puede creer en lo imposible, pero no creerá nunca en lo improbable"
Oscar Wilde
—Isa —dice Carlisle con ternura cuando llegan al Mercedes—, mi casa está a menos de un
kilómetro, pueden quedarse allí si quieren.
—No te preocupes —responde ella —. Nos vamos a casa —él la
mira con aprensión—. Sé como manejarlo.
—Es muy tarde y tu barrio es peligroso —replica él— me
sentiré mejor si se quedan conmigo.
Respira profundo para evitar decirle que deje de ser amable
y que ella puede lidiar con eso sola.
—No te preocupes —repite—, estaremos bien.
Y sin darle lugar a que siguiera con lo mismo, ella abre la
puerta trasera del coche y le indica donde y como colocarla. Renée parece
despertar por un momento, pero solo balbucea y vuelve a dormir.
—Isa…
—No Carlisle, en serio estaré bien —interrumpe ella y sube
en su lugar en el coche.
—Yo las acompaño —la voz de Edward la sobresalta y mira
hacia atrás mientras baja la ventanilla.
—No necesito compañía… sé lidiar con esto —dice fastidiada.
—Iré en mi camioneta tras ustedes. No me lo puedes prohibir —replica
él con suficiencia y se encamina hacia unos puestos más al sur donde está la
gran camioneta blanca.
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