Una semana después, Edward seguía lamentándose por aquella frase que salió de su boca. No sabía que le había ocurrido, él no era así, pero el verla toda magullada, herida, temblorosa, triste, y que se negase a recibir ayuda y denunciar a ese malnacido lo habían sacado de sus casillas.
Después que le dieron el alta a Bella – dos días después de aquella conversación - había ido hasta su casa tres veces cada día. Quería disculparse. Él no le desearía ni a su peor enemigo algo como eso – mucho menos a la persona que más ama en este mundo –, más ella se negó a recibirlo en todas las ocasiones.
Sue, el primer día que lo vio allí, le había regañado por haberse tardado tanto en regresar y Renée le había dado las gracias por todo lo que había hecho y seguía haciendo por Bella.
- Bella siempre ha sido una chica difícil – dijo Renée con ojos tristes – y la vida no ha sido justa con ella. Gracias por entenderla – concluyó y le dio un abrazo fraterno.
Pasó una mano por su cara y se obligó a dejar de pensar en ella por un instante, de lo contrario otra vez tomaría su coche y saldría raudo hasta su casa, cosa que no podía hacer en ese momento.
Terminó de conectar el último cable de su equipo de sonido y lo encendió, sintonizando una radio local, para probarlo. El sonido de la canción All apologies de Nirvana le hizo sonreír; era la favorita de su hermano Emmet.
I wish I was like you,
Easily amused,
Find my nest of salt,
Everything is my fault
I'll take all the blame;
Aqua sea foam shame;
Sunburn with freezer burn
Choking on the ashes of her enemy.
*****
*****
Edward resopló divertido y confuso. Bella no se veía triste, solo frustrada por algo, y él no sabía qué era lo que la había hecho reaccionar así.
Enderezó su cuerpo y la abrazó, simplemente porque no sabía que más hacer. Ella se tensó un momento, pero pronto tenía rodeada su cintura con sus brazos.
Ella era la chica que siempre había buscado, alguien de amistad fácil y que le presta atención como nunca nadie lo hizo. La ayudaría a salir de aquel sitio oscuro, más que por ella, por él mismo. Quizás era egoísta, pero necesitaba verla feliz para poder ser feliz también él. Esa había sido la meta a alcanzar cuando la conoció: lograr hacerla feliz. Esperaba poder cumplirla algún día.
- ¿Me dirás qué ocurrió? – preguntó después de una eternidad con ella entre sus brazos.
Bella se separó de él y se volvió a sentar en la cama. Él la siguió y se sentó a su lado, sin dejar de mirarle, intentando descifrar qué escondía en esa extraña cabecita que la hacía cambiar sus estados de ánimos tan repentinamente.
La sintió respirar profundo y rascarse alrededor del labio que tenía roto. Abrió y cerró la boca varias veces, como decidida a decir algo y retractándose en seguida… hasta que volteó y le miró a los ojos, quizás buscando fuerzas para hacer lo que quería. Él sonrió, alentándola, y acarició tiernamente una de sus mejillas.
- A veces siento que no te merezco – dijo ella y rió de algún chiste privado –. En realidad, siempre lo pienso, solo que algunas veces, como ahora, lo creo aún más – instintivamente él iba a refutar, pero ella continuó hablando –: Eres tan inocente algunas veces, tan niño, que no puedo evitar pensar que mi mundo te dañará. No podría vivir con esa culpa, Edward – llevó una de sus pequeñas y blancas manos a su rostro y él cerró los ojos disfrutando de su roce.
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