– Extrañaré a Carlisle – confesó melancólica. Edward se levantó y sin poder hacer nada más la abrazó –; no al Carlisle del último año, sino a mi esposo abnegado de antaño, el que cantaba villancicos mientras tú tocabas la guitarra, el que me despertaba el 25 de diciembre con un chocolate caliente y malvaviscos – suspiró y se liberó del abrazo –. No me hagas caso, hijo mío – Edward la miró triste y sintiéndose terriblemente culpable de todo – y recuerda, no fue tú culpa – dijo lentamente algo avergonzada.
Él sabía que su madre ocultaba sus sentimientos para no herirlo, para no hacerlo sentir culpable, pero a veces él la escuchaba llorar por las noches; también la notaba cuando se quedaba perdida en la imagen de Carlisle sobre su escritorio, o cuando sonreía nostálgica al ver el comercial del sitcom favorito de él.
- Voy a casa de Bella – le informó sin discernir del todo las palabras.
- Son casi las 10 de la noche, Edward – respondió alarmada.
- No importa, ella pinta hasta tarde los viernes – respondió y dejó a su madre sola en el improvisado estudio de música.
Necesitaba verla, necesitaba un abrazo suyo para poder calmar la desazón que de un momento a otro inundó su corazón; necesitaba besarla, para que su sabor reemplazara al de la hiel que otra vez comenzaba a formarse.
Bueno nos leemos pronto.
Besos
No hay comentarios:
Publicar un comentario